La irrupción de las catedrales en el siglo XII y el bestiario fantástico medieval

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Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.

Afirmo que el siglo XII es un período extraordinario repleto de grandes cambios que transformaron las bases culturales de la Europa Medieval. Fue una centuria donde se fraguó una severa transformación tanto del mundo artístico como del mundo arquitectónico a raíz del empuje cultural y universitario, y del cristianismo en sí.

Y es que debemos ir por partes, en primer lugar, los cluniacenses, los grandes promotores del arte románico fueron perdiendo influencia ante la irrupción del mensaje primitivista del Cister, y en segundo lugar, el mundo cultural comenzó a imbuirse de los textos de Aristóteles, Virgilio o Boecio entre muchos otros autores clásicos, debido al trabajo de los principales monasterios y escuelas catedralicias. Vaya, que en siglo XII se creó un imaginario naturalista  y consustancial, y los medios arquitectónicos comenzaron a desafiar las tradicionales leyes de la estética y de la geometría al tiempo que se desarrollaba una nueva arquitectura mucho más natural, exaltada, iluminada y compleja. Con el estilo gótico asomándose en esta revolución arquitectónica y artística incipiente, hay que destacar el especial interés que se tuvo por la iconografía elaborada y realista. A partir del trabajo en los rostros, los gestos y los ropajes, se inició la transición hacia las grandes construcciones catedralicias del período, donde su magnificencia, contemplación y esplendor, pretendía asombrar las vidas cotidianas y las vidas espirituales de los fieles. Esta exaltación del ánimo de los fieles es el paralelismo espiritual que realizaron las logias de constructores, no solo haciendo grandes construcciones a través de eliminar los gruesos y pesados muros tradicionales, sino con la sensación de liberarles del peso arquitectónico que suponía la rigidez del período  románico.

Interior de la Catedral de Chartres, Francia

Estos tipos fueron muy listos, ¿sabéis?  Este laborioso y elaborado trabajo arquitectónico que vislumbraba flexibilidad y sosiego, fue acompañado de una instrumentalización de la luz y de los colores  que buscaba elevar tanto la calidad del templo, como las frágiles almas de los fieles, tomando como base el imaginario naturalista que se tenía del cielo. Este hecho generó, posiblemente y dentro de la devoción cristiana, una sensación de aproximación a los reinos celestiales que para las gentes del medievo debió causarles un gran impacto emocional tan hermoso como importante, o como lo diríamos hoy, fliparon de alegría. Fue el momento donde constructores y fieles abandonaron la vida de rodillas y el materialismo aplastante del Románico, para mirar hacia arriba y trascender con la esbeltez de la policromía de colores y luces. En este período, la irrupción de las catedrales tiene a unos protagonistas que en su día jugaron de buena gana a la propaganda catedralicia, y no me refiero a esos tipos la mar de simpáticos como eran los goliardos, sino al papel que jugaron los obispos dirigiendo la construcción de las catedrales a su propio interés y al beneficio de su carrera personal. Cada uno de ellos, especialmente en el norte de Francia, rivalizó concienzudamente por edificar “su” catedral particular. Este interés se fraguó no solo en carrera personal de los obispos, sino en el papel clave que jugaron las catedrales en el mundo urbano y en el camino simétrico de las mismas en la eclosión de las grandes ciudades del medievo.

Vidriera interior de Chartres

El mundo artístico de la edad media europea asume desde las tradiciones persas, greco-romanas y bizantinas, un bestiario animal y un bestiario animal fantástico que ya tuvo un papel importante durante la expansión del arte románico. Una práctica artística que simbolizaba una válvula de escape social como culminación de las creencias y de la estética profana y, de forma pedagógica, las figuraciones artísticas de los animales y animales fantásticos, sirvieron para plasmar aquellas atribuciones asociadas a las virtudes y a los males a través de la representación escultórica. Y es que con la irrupción de las catedrales góticas siguió la fascinación por las figuras animales de las que ya disfrutaban en la fase románica, y no siendo menos, el exterior de las catedrales se inundó de la tradición pasada. Aquí nos encontramos con elementos como el Centauro, las Gárgolas, el Grifo y el Basilisco entre otros. A modo de interpretación simbólica, el Centauro emerge su figura mostrando un gran porte y fuerza bruta. Esta característica se asoció al acoso de las almas de los fieles, y en el caso de las damas, se le atribuyó un carácter lujurioso y vicioso. Este elemento de la mitología clásica, acabó interpretándose como la polarización maniquea del bien y el mal, en un espacio de tentación y salvación acosando constantemente a las almas perdidas del período.

¿Quién no ha visto alguna vez en alguna película la típica imagen de una gárgola alumbrada por la furia de un relámpago? Efectivamente, las gárgolas son esas representaciones grotescas e infernales, que aunque parezca mentira, tenían como función proteger los edificios catedralicios de todo intento de profanación. Los primeros ejemplos los encontramos ya en el siglo XII en la Catedral de Lyon y en la Catedral de Notre Dame de París. Con la aparición del gótico, siguió la fascinación del anterior estilo arquitectónico por las criaturas monstruosas y por las representaciones que se salían de lo común. Junto a las gárgolas también aparece la imperante representación del Grifo, monstruo de cabeza de águila y cuerpo de león. La fusión de este animal fantástico representó las polémicas y ambivalentes dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina. Es interesante ver cómo tanto en el románico como en el gótico, la figura del Grifo se muestra en muchas ocasiones enfrentada a un guerrero o a un grupo de estos. Un ejemplo de vicisitud que manifiesta las tensiones entre la ortodoxia y la heterodoxia.

Gárgola de la Catedral de Notre Dame de París.

Por su parte, la arpía es la representación fantástica más ejemplarizante de la traición y la tentación. Su cuerpo es especialmente agresivo y malicioso y aunque en muchas ocasiones figura con rostro de mujer, de hombre también, tiene un cuerpo de ave con grandes pezuñas y una cola de serpiente o de escorpión. Ya desde tiempos del poeta Homero la arpía se asocia a la seducción, a los tormentos del deseo y a los remordimientos del pecado. Asociada al pecado capital de la avaricia, su representación no falla en catedrales, iglesias y claustros. Sin embargo, saliendo de esta aura viciosa de la descripción de la arpía, encontramos al mejor de todos los híbridos, el Basilisco. Animal fantástico y extraordinario, es, en mi opinión, el moderador de la justicia. Cabeza de gallo con cuerpo de reptil y alas de dragón, es capaz de matar con la mirada y con su aliento. Mata a todo aquél que le ofende y su sigilo a la hora de hacer justicia, ha sido interpretado como los males que acechan de forma omnipresente la existencia de  hombres y mujeres en el mundo terrenal. Cuidado al mirar atrás.

 

 

Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.
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