La revolución de la infantería medieval

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Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.

Pensar la guerra en la Edad Media significa algo más que dos ejércitos enfrentados por cualquier disputa dirigiéndose al estruendo de un choque frontal, con exaltadas cargas imparables y con el ensordecedor ruido de cientos de hombres desamparados en el caos de una línea de guerra indefinida. Una reflexión que expuso el funcionario francés Pierre Dubois a Felipe IV el Hermoso a inicios del siglo XIV. La observación venía a conjugar dos ideas básicas: las diplomacias eran poco efectivas debido a sus insuficientes recursos, y la forma de hacer la guerra tradicional, como era el caso de la batalla a campo abierto y el asedio, no ponían solución a los encontronazos con rebeldes u otros enemigos y eran un auténtico agravio para las arcas del monarca. Dubois exponía en el año 1300 mediante su Doctrina Sobre Expediciones con Éxito y las Guerras Breves, que ninguna nación era capaz de enfrentarse a la caballería de Francia, donde en ese momento era la más feroz y efectiva, y además, criticaba toda acción que llevase en un conflicto bélico al asedio de un castillo o fortaleza.

Miniatura de la batalla de Formigny

 

La lógica que expuso el funcionario francés al monarca era bastante sencilla. Para llevar a cabo un asedio y rendir una determinada fortaleza el agresor debía poner en marcha un ejército capaz de aguantar indefinidamente alrededor de la estructura, con una buena logística que mantuviese el estado de ánimo y con buenas pagas para evitar la deserción o la corrupción en el corte de suministros a los asediados. Por tanto, el asedio era para el funcionario francés demasiado caro y el beneficio material no contentaba ni a los ejércitos asediadores ni a las arcas del monarca. Dubois expuso al rey la solución al parapeto de sus enemigos tras los muros frente a la caballería de los Capeto: mientras sus enemigos se resguardaban en sus defensas, la caballería arrasaría las zonas débiles alrededor del objetivo destrozando hogares, campos de cereales y viñedos para obligar a los defensores a salir de los muros para defender sus hogares y las zonas subyacentes. Con este planteamiento a inicios del siglo XIV, los bellatores franceses pretendían mermar la estrategia defensiva de sus enemigos alegando a una superioridad en combate incomparable a otras naciones y fuerzas opuestas. Sin embargo, como pasaría en diversas fases de la centuria, veremos un modelo de combate caduco observando nuevas formas de combate y una modernización de los encuadramientos de las huestes, y cómo la rapiña y las cabalgadas de los enemigos de los franceses sacudieron y alteraron los campos y poblaciones de Francia buscando aquello con lo que Dubois trataba de convencer a su rey: sembrar el caos y alterar el orden social.

Esta revolución en el campo militar y que se va oponer al modelo de la caballería francesa, corrió a inicios del siglo XIV a manos de las tropas mercenarias de Flandes. Los mercenarios flamencos habían tenido cierta fama durante los siglos XI-XIII al haber formado parte de los ejércitos de Guillermo el Conquistador, Guillermo Rufo, Enrique II y Juan “Sin Tierra”, y se habían caracterizado por su ferocidad en combate. Hacia el año 1300, los mercenarios flamencos habían pasado a ser una milicia organizada siguiendo las directrices gremiales. Llevaban cota de malla, escudos, cascos de acero y eran llamados “capuchas blancas” por el atuendo que llevaban sobre la cabeza. Además estaban muy bien armados con arcos cortos y ballestas pero sobre todo por las picas y los goedendags. A modo burlón, al goedendag se le denominaba el “buenos días” y se trataba de un asta bien proporcionada de unos dos metros de largo y con una cuchilla muy afilada.

Idealización de la batalla de Sempach (1386)

 

El primer encuentro que va a iniciar la decadencia de la famosísima caballería medieval francesa tuvo lugar el 11 de julio de 1302 en la denominada Batalla de Courtrai. Los flamencos se opusieron a la presencia francesa en el territorio y tras la recuperación de Cassel y Courtrai esperaron la respuesta de Roberto de Artois y de la caballería pesada francesa. Para frenar la sublevación y recuperar dichas plazas, el rey francés dispuso de 2.500 jinetes y 8.000 infantes. La milicia flamenca se situó en un territorio determinado frente al arroyo Groenig, un campo pantanoso dejando a sus espaldas el rio Lys. La infantería flamenca se organizó en cuatro grandes destacamentos fijando tres de ellos en vanguardia, se dejó una división en la retaguardia para recomponer posibles rupturas en la línea de defensa y se situó a pequeños destacamentos de ballesteros y arqueros de arcos cortos entre las tres divisiones de defensa. Uno de los elementos uniformadores de la infantería flamenca fue su organización mediante las ocupaciones de gremios, cuyo reconocimiento podía identificarse mediante los estandartes de su propia profesión.

Los franceses, viendo la organización y el ánimo de los combatientes flamencos, optaron por avanzar a los ballesteros y comenzaron a hostigar a la infantería ligera belga para después alinear a la caballería pesada y lanzarse al ataque. Unos 2.000 jinetes se lanzaron hacia las defensas flamencas y al llegar al lozadal algunos caballeros cayeron al suelo, otros llegando a 15 metros de la línea de la infantería flamenca viendo que estos no se inmutaban ante la carga comenzaron a vacilar y la propia inercia de la carga causó el caos en la caballería francesa. La carga francesa colapsó incluso antes de romper la línea de defensa. Algunos mercenarios belgas murieron aplastados y los caballeros franceses, acorazados con su pesada armadura, fueron succionados por el avance de la infantería flamenca. Recordemos que la caballería francesa se componía por el estamento nobiliario y la infantería francesa, viendo a sus señores morir y fracasar en el combate, iniciaron el repliegue intentando salvar a los supervivientes. Los mercenarios flamencos causaron 1.000 muertos franceses, casi todos nobles, una cifra altísima si lo comparamos a las pocas decenas de muertos que podía haber en una batalla en los siglos XII y XIII. El emblema de caballería pesada medieval asumía una primera derrota ante una infantería que había encontrado su punto flaco.

Ilustración idealizada de mercenarios suizos

 

Los costes de la derrota de Courtrai fueron muy considerables para Francia, no solo por el alto número de víctimas mortales sino porque la derrota del ejército más poderoso de Europa, había tenido una gran resonancia entre las distintas naciones. Este nuevo rol de la infantería en la Baja Edad Media, comenzó a suscitar pequeños modelos de combate que imitaron las tácticas flamencas de Courtrai. Uno de los más conocidos fue el visto en la Batalla de Bannockburn en 1314 entre la Inglaterra de Eduardo II y los rebeldes escoceses. La caballería inglesa cargó contra el flanco izquierdo de la infantería esococesa, y estos, armados con picas que llegaban a los tres metros, hicieron vacilar a la caballería causando el desorden y llevando a sus nobles al suelo. Los ingleses aprendieron la lección y en los enfrentamientos de Dupplin Muir (1332) y Hallidon Hill (1333), se prestaron a combatir a pie destrozando a los ejércitos escoceses. Las famosas tropas almogavares que compusieron la Compañía Catalana a principios del siglo XIV, obtuvieron una rápida victoria en 1311 contra el Ducado de Atenas llevando precisamente a la caballería griega al fango para ser rematada fácilmente.

La Guerra de los Cien Años (1336-1453) fue el conflicto en el cual se asimiló y consolidó, para unos por la derrota y para otros por la victoria, la modernización de los esquemas de combate tradicionales. En la Batalla de Crécy (1346) el rey francés Felipe VI se presentó al combate con una fuerza estimada según la fuente de Jean Froissart, de unos 20.000 efectivos incluida la caballería pesada francesa. Los ingleses presentaban un ejército de 12.000 combatientes formados por una infantería bien armada y por arqueros armados con sus famosos arcos largos llamados longbows. La victoria de los ingleses, la primera de las tres grandes victorias del conflicto, se debió precisamente a la tenacidad de la infantería al resistir el avance de la caballería y a la lluvia de flechas de los arqueros ingleses en la que su cadencia de disparo era mucho más alta que la de los ballesteros franceses.

En la Batalla de Poitiers (1356), el rey francés Juan II, apodado «el Bueno», se prestó al combate movilizando a una numerosa infantería francesa, a un potente grupo de mercenarios alemanes armados con picas y pequeñas formaciones de caballería pesada como factor sorpresa. Las tropas inglesas, conducidas por el Príncipe Negro, hijo de Eduardo III, informado de la iniciativa francesa situó a su infantería junto a la aldea de Nouaville dejando a sus espaldas un espeso bosque donde podían acantonarse y donde había resguardado a un grupo de caballería inglesa. Además, los flancos ingleses quedarían cubiertos con los arqueros que protegían al mismo tiempo toda la extensión del bosque. En las dos primeras horas del combate, la caballería francesa se lanzó hacia los arqueros para aliviar la presión a la infantería francesa pero estos comenzaron a disparar contra los laterales de los caballeros causando entre los nobles franceses numerosas caídas mientras comenzaban a replegarse hacia el bosque. Cuando los esfuerzos franceses se concentraron en el centro de la batalla, la caballería inglesa que aguardaba en el bosque fue lanzada por los flancos y el Príncipe Negro consiguió rodear la posición francesa tras siete horas de lucha, donde el rey francés y su hijo fueron capturados. Este tipo de maniobras, las cuales puso en marcha el hijo de Eduardo III, fueron realizadas también en la Península Ibérica en la guerra que enfrentó a Pedro el Cruel y Enrique de Trástamara por la sucesión al trono castellano. Tras la derrota francesa en Poitiers, la segunda fase de la Guerra de los Cien Años fue llevada a la Península Ibérica donde Francia apoyó a Enrique II e Inglaterra, con el Príncipe Negro a la cabeza, apoyó militarmente a las tropas de Pedro el Cruel. Las tácticas de la nueva infantería medieval fueron aplicadas otra vez 1367 en la Batalla de Nájera. Los ingleses volvieron a analizar concienduzamente las condiciones del terreno para adaptar y encuadrar perfectamente a sus efectivos, y sobretodo, obstaculizar el avance de las tropas de Enrique II y Duguesclin. El bretón francés lanzó su ofensiva sobre las líneas inglesas haciéndolas retroceder varios metros, pero los hermanos de Enrique II, Tello y Sancho, que lideraban el flanco derecho de la vanguardia, no pudieron avanzar y fueron rodeados por la retaguardia del príncipe Negro que colapsó parte de la iniciativa Trástamara para horas después venirse abajo completamente.

La Revolución de la infantería en el siglo XIV no fue solo la apuesta del piquero en vez del caballero, sino que planteó nuevas formas de hacer la guerra, las actitudes cambiaron profundamente en relación al imaginario romántico, honorífico y épico que había fraguado años atrás la famosa caballería medieval. El temperamento de los conflictos se moderó buscando ya a partir del siglo XV estratagemas de mando más jerarquizadas, buscando una mejor comunicación en el campo de batalla y reduciendo los costes. Una revolución que cayendo del caballo, cambió la cultura bélica.

Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.
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