Los Templarios en la Corona de Aragón

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Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.

Como muchos de vosotros sabréis la orden del Temple es hoy en día hablar de uno de los temas o fenómenos históricos más importantes y conocidos de la Historia europea, de la formación de la Europa cristiana, y como no, de la Edad Media. Una orden militar que tuvo una proyección temporal de 200 años y que ha marcado estudios de una rigurosidad extraordinaria junto a las grandes obras de las Cruzadas en Tierra Santa, sin contar por supuesto, con todo el aparato bibliográfico asociado con el paso de los años a los Templarios y otros temas derivados. Estamos hablando de uno de los temas que junto a la Revolución Francesa y la Segunda Guerra Mundial, han liderado los estudios y las ventas de libros que más han interesado al público apasionado por la disciplina histórica. El objetivo que me propongo esbozar en el relato siguiente es abordar la historia del Temple a través de tres fases conducidas mediante un hilo cronológico: la fundación de la orden del Temple, la llegada y la consolidación de la orden en la Corona de Aragón, y por último, la abolición de la orden en dicho territorio. Un viaje a caballo entre los siglos XII y XIV que nos permitirá, así lo espero, analizar procesos, entramados políticos y grandes personajes vinculados a la orden militar.

[Imagen de la serie de televisión Knighfall]

A modo introductorio, la orden del Temple no puede llegar a entenderse sin considerar el gran pulso que ejerció la Cristiandad en su respectivo contexto histórico, y que vemos en el apasionante entramado que fueron Las Cruzadas, o como mínimo, el significado de la Primera Cruzada. Cuando el Papa Urbano II realizó en el año 1095 un viaje por el ‘midi’ francés con el objetivo de ganar apoyos contra el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, reprochar ciertas actitudes poco cristianas del rey de Francia, Felipe I,  y supervisar las prácticas litúrgicas a modo de correctivo doctrinal, difícilmente pensó en la trascendencia que tendría aquel viaje. La misión político-doctrinal de Urbano II culminó en noviembre de 1095 en el concilio de Clermont denunciando las miserias de los infieles musulmanes, las atrocidades en suelo sagrado y animando a los cristianos a salvar los lugares santos de aquellos que renunciaban al único y verdadero Dios. Él lo quería y lo reveló en una sentencia: «¡Deus lo voult!»

El mensaje de Urbano II tuvo un éxito extraordinario. Acudieron a su llamada, primero, grandes tumultos de campesinos acompañados de clérigos con un discurso exacerbado, para después, movilizarse toda la crema principesca y nobiliaria de Europa. Grandes figuras como Raimundo de Saint Guilles, Bohemundo de Tarento, Godofredo de Boullion, Hugo de Vermondois entre otros, cruzaron el Bósforo para recuperar la ansiada Jerusalén. Acontecieron numerosos encuentros bélicos como Nicea o Dorilea donde los ejércitos cristianos y selyúcidas hicieron valer sus armas y estrategias en 1097, Antioquía, donde los normandos de Bohemundo se las ingeniaron para rendir la ciudad y otros para encontrar la famosa lanza de Longinos, la ansiada conquista de Jerusalén, y finalmente, la llegada a Ascalón. Era agosto del año 1099. Los cristianos no solo lograron recuperar aquello que ansiaban siglos atrás, sino que provocaron una extensión de la Cristiandad europea haciendo valer la fe de la comunidad y los intereses de todas las partes implicadas.

Es en esta primera fase donde observamos el origen del Temple: hemos de tener en cuenta que entre los años 1099-1118, un grupo de hombres decidieron jurar sus votos a la regla de San Benito con el beneplácito del patriarca de Jerusalén. Más adelante veremos, con Bernardo de Claraval, como la regla se basó en San Agustín, para defender los lugares sagrados de Tierra Santa y proteger a los peregrinos que acudían en masa a la ciudad santa desde los confines más remotos de Europa. El año 1118 es una fecha totémica en la historia de los Templarios, donde se documenta por primera vez a un grupo de nueve caballeros con el nombre de Pobres Caballeros de Cristo. Es poco probable pensar que estos caballeros estuvieran reconocidos oficialmente antes del año 1118, debido efectivamente, a un consenso oficial reconocido en las crónicas oficiales en el año indicado y referente a un grupo no más numeroso de nueve caballeros. Estos datos son importantes si tenemos en cuenta la situación de los recién nacidos estados latinos en Tierra Santa y a las necesidades de los cruzados tras la finalización de la Primera Cruzada: por un lado, es sabido que después de la conquista de Jerusalén en 1099 y a raíz del repartimiento de tierras, gran parte de los ejércitos cruzados se deshicieron debido al retorno de príncipes, nobles y soldados a Europa; y por otro, las crónicas indican que las rutas de peregrinos eran objeto de constantes hostigamientos por parte de las tribus o grupos selyúcidas nómadas que estaban bien organizados en los diferentes tramos de las largas rutas a la ciudad santa. Por tanto, debemos tener en cuenta dos elementos importantes para explicar la fundación de la orden del Temple: es un fenómeno resultante de la Primera Cruzada y nace por una necesidad militar de proteger tanto el flujo de peregrinos que van a Jerusalén como para garantizar la seguridad espiritual y material de la Europa cristiana en Tierra Santa. Tanto es así, que conocemos con precisión el momento crítico donde se hace patente esta realidad que evidencia la debilidad de los cristianos. Es en junio de 1119 cuando los cristianos sufren una importante derrota entre Sármeda y Antioquía en la conocida como batalla de Ager Sanguinis.

Evidentemente, estos caballeros llamados Pobres Caballeros de Cristo o Caballeros del Templo de Salomón, llamados así porque el rey de Jerusalén les ofreció una instancia delante de la mezquita Al-Aqsa ubicada en el solar que había pertenecido al rey Salomón, contaron con un estrecho apoyo por parte del rey Balduino II y del patriarca de la ciudad santa. Esto permitió que los propios fundadores de la orden, entre ellos Hugo de Payens y Hugo Rigalto, viajaran a Europa a la búsqueda del apoyo de la Iglesia y de los príncipes laicos. El mensaje y la información de que un grupo de laicos de Tierra Santa habían abandonado las posesiones materiales y se habían abocado a la oración permanente y a la defensa de los lugares sagrados, tuvo una aceptación extraordinaria entre los principales cabezas de la iglesia en Europa, especialmente, en un hombre que se convirtió durante el siglo XII y en la posterioridad de la historia cristiana como el valedor de la reforma del Císter y como el principal redactor de la Regla de los Templarios: Bernardo de Claraval. Éste fue el legitimador de la Orden del Temple en Europa iniciando la promoción de la orden en un pequeño itinerario territorial concentrado en la zona de Payns, lugar de procedencia de uno de los fundadores, Troyes, a solo doce kilómetros de Payns y donde se celebró el concilio de reconocimiento al Temple, y en la zona del monasterio de Claraval. Tenemos constancia de ello gracias a varias correspondencias por parte del rey de Jerusalén que informaba de los monjes-guerreros en Tierra Santa, y en respuesta, se recogen las felicitaciones por parte de Bernardo de Claraval a varios hombres que pertenecían a la nobleza y que habían realizado los votos de obediencia y pobreza. Asimismo, existen suficientes pruebas fehacientes que hacia 1128 la orden del Temple tenía un ejército aproximadamente de trescientos caballeros, sin contar sargentos, escuderos y personal dedicado a la logística de las casas templarias. Hombres plenamente dedicados a la oración y al entrenamiento de las armas. Por tanto, una de las claves que debemos retener es que los templarios se consolidaron como una élite de combate dentro del ejército cristiano en Tierra Santa, con competencias en la defensa de los peregrinos, los lugares sagrados y con participación activa en las operaciones bélicas durante las campañas de conquista.

El concilio de Troyes celebrado en 1128 fue un éxito en toda regla con el apoyo explícito de Bernardo de Claraval y la redacción de la Regla de los Pobres Caballeros de Cristo. Un código de setenta y dos artículos donde se pone de manifiesto el carácter primario de las virtudes del monje guerrero, plenamente condicionado a la reforma cisterciense del período como la transformación de la liturgia, la castidad, la vestimenta, la comida y las relaciones entre ‘fraters’ entre otros aspectos. Es decir, un código de reglamentación y conducta donde podemos resaltar aspectos como que los Templarios vestían de blanco, excepto el comendador y los sargentos, la vestimenta debía estar impoluta así como el material de combate, debían tener el cabello bien cortado y la barba no demasiado larga. Uno de los ejemplos más claros es la referencia de Bernardo de Claraval al referir en la regla que el templario no debe caer en la desatención de la higiene y tampoco en la presuntuosidad de la imagen.

Personajes como Hugo Rigaud, Robert de Craon o Arnau de Bedors fueron los nexos propagandísticos o promotores de la orden del Temple y del éxito de ésta en la llegada de la orden a la Corona de Aragón. Sin duda alguna y así lo recoge numerosos trabajos de gran rigurosidad, la figura principal en el territorio hispano fue Hugo Rigaud, personaje que según el historiador Ricardo de la Cierva fue uno de los fundadores de la orden en Tierra Santa y fue uno de los responsables junto a Hugo de Payns y Roberto de Craon, de expandir el Temple en todo el tejido cristiano europeo. Los documentos lo refieren claramente al considerar a fray Rigaud como un auténtico ‘ministro’ vinculado estrechamente a las altas esferas del poder condal. Tanto es así que una prueba de ello es en 1130 cuando asistió a los votos de obediencia del conde de Barcelona Ramón Berenguer III ‘el Grande’, haciéndose receptor de las armas y arneses del conde. Y por otro lado, encontramos a otro templario del equipo de Hugo Rigaud, llamado Arnau de Bedors, que desde la legitimación de la orden en 1128, comenzó una tarea de patrocinio de la orden entre las principales figuras nobiliarias de los condados del Rosellón y Barcelona. La gestión de Arnau de Bedors y sus sucesores en la orden, los hermanos Rovira, consistio en fomentar una estrategia común que vinculó los intereses de los Templarios con las principales casas catalanas y aragonesas. ¿De qué tipo de intereses hablamos? Garantizar renovaciones de la propiedad y de los honores de la tierra, homogenización de territorios, especialmente, eclesiásticos, construcción del tejido urbano, feudalización del patrimonio así como de los territorios de conquista. Por tanto, hay dos elementos que se desgranan de este período inicial en el condado de Barcelona entre 1128 y 1134: una rápida aceptación por la sociedad de la orden y una vinculación de los templarios con los sectores de la nobleza local y las aristocracias vinculadas al poder condal.

[El rey Alfonso el Batallador]

La historia de la Orden del Temple en el condado de Barcelona y el reino de Aragón, tiene dos fechas muy importantes en el siglo XII para entender la formación de un reino como fue la Corona de Aragón. Hablamos de los años 1134 y 1143. En el año 1134 asistimos a uno de los problemas más importantes de la historia medieval de nuestro país y que llevará a serias complicaciones al menos durante diez años: el testamento de Alfonso el Batallador. Alfonso I de Aragón había estado relacionado con personajes de la Primera Cruzada, como Gastón de Bearn, y había tenido diversos éxitos en el Bajo Ebro en la lucha contra los musulmanes. Tras morir durante el asedio de Bayona y sin sucesión directa posible, el testamento que dejó transfería todo el reino de Aragón a la orden del Temple, la orden del Hospital y la orden del Santo Sepulcro. El testamento provocó un debate intenso y un juego diplomático, con pequeñas tensiones bélicas, por parte del rey de Castilla Alfonso VII, Ramón Berenguer IV todavía conde de Barcelona, la nobleza aragonesa y el Papa. En todo momento el Papa defendió la legitimidad de los Templarios y de las otras órdenes a la parte correspondiente del reino de Aragón pero aceptó y reconoció que una parte restante recayese en la figura de Petronila, hija de Ramiro, hermano de Alfonso el Batallador, e Inés de Poitiers; y que ésta se casara con Ramón Berenguer IV conde de Barcelona. Por ende, es importante considerar que la muerte de Alfonso el Batallador fue sin duda la piedra angular para que los Templarios y las restantes órdenes militares se asentaran de manera institucional en tierras catalanas y aragonesas.

La segunda fecha fundamental para entender la historia de los templarios, y ahora sí, podemos hablar cronológicamente de la Corona de Aragón, es el año 1143. Previamente y desde el conflicto del testamento del rey de Aragón, los templarios se fueron instalando vía donación de Ramón Berenguer IV en lugares como San Hipólito en el Rosellón, Masdéu, Collsabadell, Barcelona, Huesca, Daroca, Belchite, Cutanda entre otros lugares de carácter local. Una prueba que retiene la idea de que el tejido templario a mediados del siglo XII era ya importante y completamente asentado en el territorio. Pero el año 1143 se dio un hecho que ha sido recogido por la historiografía como ‘la Gran Donación’. Una serie de pactos que significó un punto de no retorno entre la orden y el aparato dinástico. Hay constancia de que Ramón Berenguer IV príncipe de la Corona de Aragón quiso imitar a los cruzados de Tierra Santa frente a los musulmanes que tenía en la frontera. En palabras del cronista del s. XVI Jerónimo Zurita: Fue este príncipe sumamente aficionado a la orden y caballería de los templarios, imitando al conde don Ramon Berenguer su padre, que fue Caballero del Temple y compañero y hermano en esta milicia y feneció sus días en el habito y regla della. Y porque los que sucediesen en su señorío persistiesen en la defensa de la Iglesia occidental y en la extirpación de la secta mahomética’.

El 27 de noviembre de 1143, en una asamblea en Girona Ramón Berenguer IV junto a los máximos representantes del Temple, concedió a la orden diversos castillos en la Conca de Barberà, Corbins, Remolins y diversas fortalezas próximas a la ciudad de Tortosa, la quinta parte de las futuras conquistas en Al-Ándalus y el compromiso del príncipe a no hacer la guerra contra los sarracenos sin el consejo de los templarios. Por tanto, debemos sacar dos conclusiones importantes de este proceso de 1143: los templarios legitimaron a Ramón Berenguer IV en el liderazgo de la Corona de Aragón a cambio de que la orden tuviera un papel importante dentro del aparato político, y en segundo lugar, se dibujaba un serio planteamiento en la búsqueda de un ejército regular templario al frente de la defensa cristiana en la frontera. Un aspecto importante si analizamos en profundidad el papel de los templarios en la conquista de Tortosa y Lleida en 1148-1149.

Superadas las campañas de conquista de la segunda mitad del siglo XII que consolidaron la actual Cataluña administrativa, cabe enfocar la orden del Temple en el siglo XIII como una época de completo apogeo, especialmente, durante los reinados de Pedro el Católico y Jaime I. Como es bien sabido Pedro el Católico murió en la batalla de Muret en 1213 y su sucesor, conocido como Jaime I, vivió su infancia junto a los templarios de la casa de Monzón durante un período de tres años. Evidentemente, cabe pensar y visualizar que Jaime I fue un rey templario en la Corona de Aragón, o como han señalado algunos historiadores, fue un gran exponente de rey cruzado. Esta evidencia viene dada por las campañas de Mallorca durante 1228-1231 y Valencia entre 1235-1238. Por ende, cabe tener presente que los templarios fueron participes en la organización, planificación y ejecución de la política de expansión de la Corona de Argón, participando activamente junto a familias nobiliarias y vasallas en la conquista y reinstauración del territorio cristiano. Además, otro de los rasgos de los templarios en el siglo XIII, fue un paulatino estancamiento de las donaciones favorables a la orden que habían caracterizado el período anterior, debido muy probablemente, a una saturación de los bienes inmuebles en el territorio. Por ello es importante observar los numerosos contratos enfitéuticos para llevar a término la explotación de los dominios.

Para introducirnos en el tercer y último bloque de esta panorámica templaria, cabe decir que todo apogeo conlleva un natural declive, y el caso de la orden del Temple, no es ninguna excepción. Tradicionalmente, y a día de hoy, cuando hablamos de la abolición de la orden militar pensamos rápidamente en una conspiración entre el Papa Clemente V y Felipe de Francia. Pero es preciso comentar que el declive de los templarios se fue gestando durante diferentes hechos en la segunda mitad del siglo XII y a finales del siglo XIII, y no fue en Europa sino a causa del descrédito de las Órdenes Militares en Tierra Santa. Estamos hablando efectivamente de hechos como el desastre de la batalla de Hattin en 1187, donde a causa del celo de algunos de sus personajes como Reinaldo de Chatillon y Guido de Lusignan, se perdió el ejército cruzado y Jerusalén cayó en manos de Saladino. Hablamos también de las numerosas cruzadas fallidas, la incapacidad de la Cristiandad de recuperar el movimiento espiritual que tanto éxito había tenido a finales del siglo XI con la Primera Cruzada, y la guinda de todo este proceso fue la pérdida ya para siempre de San Juan de Acre y Ascalon en 1291. Por tanto, observamos que debido a importantes hechos de carácter bélico pero también en clave de opinión pública, la orden del Temple sufrió una campaña de descrédito que enraizó en Europa de manera extraordinaria. Incluso, fracasó la idea de permitir una unificación de las Órdenes Militares teniendo como máximo exponente al filósofo y teórico Ramón Llull, hallando una gran resistencia por parte de los nobles y de las propias monarquías.

[Asalto a San Juan de Acre, 1291]

¿Cuál fue el detonante de la abolición del Temple a principios del siglo XIV? Es difícil precisarlo, pero conocemos diversas causas y podemos afirmar que la decisión tuvo más peso en París que en Roma, donde claramente el Papa estuvo bajo influencia política del rey francés. ¿Cómo comenzó la represión? Como un largometraje al que estamos acostumbrados, donde el ejército del monarca intervino todas las posesiones de los freires templarios deteniendo aproximadamente a un millar de ellos solo en suelo francés. Podemos hablar de una operación muy bien pensada y orquestada por el rey de Francia en setiembre de 1307. El rey ordenó que doce personas ingresaran en diferentes casas templarias con la finalidad de dar apoyo a las acusaciones desde dentro, es decir, legitimando las acusaciones con testimonios directos y creíbles. Todo y así, el Papa Clemente se reunió con el maestre Jacques de Molay e informó directamente de las diversas acusaciones que había recibido y de la desconfianza sobre la moralidad de los templarios. Tanto el Papa como el rey Felipe contaron con una carta acusatoria de Guillem de Nogaret donde se acusaba a los templarios de renegar de Cristo, escupir sobre la cruz, de tener relaciones carnales, besarse en la boca, entre otras. El procedimiento de detención de todos los freires de Francia se gestó entre setiembre y octubre de 1307, donde representantes reales, oficiales y otras autoridades francesas, procedieron a la detención de los templarios el 13 de octubre de 1307.

Llegados a este punto podemos pensar: ¿cómo se recibió la información de la detención de los templarios en la Corona de Aragón? Sabemos que las noticias llegaron vía el Rosellón y Barcelona pocos días después de las detenciones en Francia, y Jaime II rey de Aragón, recibió tres correspondencias que informaban de los sucesos. Una fue del propio Felipe ‘el Hermoso’, la segunda de Romeu de Bruguera, profesor de teología en París, y la tercera, de Cristiano de Spinola, en Génova. Dada la gran resonancia política que tuvo el proceso de los templarios, podemos decir que la posición del rey Jaime fue inicialmente cautelosa, prudente y de especial preocupación. No podemos olvidar que el rey de la Corona de Aragón estaba llevando a cabo la expansión de la corona en el valle del río Segura con contingentes templarios. Pese a las presiones que provenían del rey de Francia y de Roma, Jaime II intentó tranquilizar a las diversas comisiones de freires templarios que venían a reclamar el apoyo del rey aragonés. Un propósito que buscaba la defensa del rey y el recordatorio de que los templarios habían sido desde los tiempos de la fundación de la dinastía y la corona, un elemento participativo y colaborador dentro del aparato dinástico e institucional de la Corona de Aragón.

La acción por parte de Jaime II se produjo el 1 de diciembre de 1307, mes y medio después de los hechos de Francia, produciéndose la emisión de las órdenes de detención desde la Cancillería Real e iniciando el arresto de los freires que estaban en la corte del rey en Valencia, proyectándose a Barcelona, Girona, Lérida y Zaragoza. Los templarios de Valencia se pusieron a disposición del rey, y las encomiendas de Aragón y Cataluña, fueron ocupadas totalmente a excepción del castillo de Miravet bajo la dirección de resistencia de Berenguer Sant Just y Ramón de Saguardia, y Ascó, por Berenguer de Sant Marçal. Para finalizar este relato y comprender el fin de la orden del Temple, es importante retener la idea de la evidente fragilidad de la orden a inicios del siglo XIV en la Corona de Aragón así como en los diferentes reinos de Europa. Una maniobra que acabó legitimándose vía papal a mediados de enero de 1308 con la emisión de la bula ‘Pastoralis Preeminentiae’, donde el Papa ordenó a los príncipes europeos detener a los templarios, ocupar todas las posesiones y transferirlas posteriormente a la orden del Hospital.

[Conferencia a cargo de Daniel González Palma en el Ateneu Terrassenc el 05/02/2020]

Daniel González Palma

Sabadell, 1987. Historiador por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster por la Universidad de Lleida. Atrapado entre el s. XI y el s. XII, mis estudios y lecturas se centran en las Cruzadas y las Órdenes Militares.
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