¿Por qué Agamenón es un imbécil?

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Ripollet, 1983. Doctor en Historia Medieval por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente centrado en las relaciones ciudad - Corte, las élites urbanas bajomedievales de Barcelona y las expediciones navales en el Mediterráneo. Y ya en la vida real, dedicado a la divulgación.

Que Agamenón es un imbécil es una apreciación que salta a la vista para quien haya leído la Ilíada o se haya acercado a la guerra de Troya a través de casi cualquiera de sus versiones. El señor de Micenas, caudillo de los aqueos, no sale nada bien parado, no ya de la ineludible comparación con Aquiles, sino por sí mismo y sus acciones. Casi parece que Homero se empeñe en hacernos ver la dualidad del personaje desde el mismo momento en el que entra en escena. Como buen autor, Homero recoge la tradición existente y la modifica sutilmente en servicio de la trama que está construyendo sobre esos extraños días del décimo año de la guerra contra Troya y sobre el canto a la justa cólera de Aquiles, pronto convertida en un acérrimo pacifismo que nos apabulla por su modernidad. La propia etimología del nombre de Agamenón nos lo identifica como «firme, muy resuelto» pero en manos de Homero esa firmeza heroica, positiva, se torna toda ella en obstinación negativa. Cabezota. Y en ese cambio de guión, aparentemente insignificante, aparece la mano del autor y la crítica política que convierten a la Ilíada no en una mera recopilación de historias anteriores, sino en una visión personal del nuevo mundo surgido de eso que llamamos la Grecia Oscura.

Agamenón Pelicula Troia

Agamenón en la versión hollywoodiense de Troya

Hay una máxima sagrada, en la tradición arcaica griega, que afirma que los padres siempre son mejores que los hijos; que los héroes de antaño siempre son mejores que los héroes que están por venir. El paso del tiempo no es progreso sino decadencia. ¡Y ay de aquellos que sean mejores que sus padres! La horrenda relación paternofilial entre Cronos y sus hijos (una recreación de la no menos horrenda relación entre Urano y Cronos) en la que los hijos usurpan el trono de sus padres pesaba como una losa en la forma de entender el mundo de los griegos. La dignidad heroica, entre los hombres, iba a la baja en cada generación y cuidado con aquellos que usurpaban el poder creyéndose más merecedores que sus antecesores. Los grandes héroes son los héroes de antaño, no los que ahora combaten en la llanura de Troya, que no son sino reflejos de sus padres, como bien se nos recuerda a lo largo de toda la obra. Néstor, el más anciano de los héroes que combaten ante las murallas de Troya, no se cansa de repetir siempre que tiene la oportunidad aquello de que los tiempos pasados siempre fueron mejores: «Yo luché a brazo partido, pero contra hombres tales que ninguno de los mortales que viven hoy sobre la tierra podría enfrentarse a ellos».

El leitmotiv de la Ilíada es, en este contexto, la cólera de Aquiles, el único de los héroes aqueos que está destinado a ser algo más que su padre (como Eneas lo sería a posteriori, a través del cálamo de Virgilio, para los romanos). Sobre la nereida Tetis, su madre, pesaba una profecía que proclamaba – y ya sabemos lo que significa eso – que su hijo estaría destinado a ser superior a su padre. Aterrados por las implicaciones, los dioses decidieron que contrajera matrimonio con un mortal, Peleo. Y el hijo de ambos es Aquiles, sobre quien reposa el peso de la gloria y el convencimiento de que, no sólo por su conexión con los dioses, está destinado a grandes cosas.

Aquiles luchando con Pentesilea

Aquiles luchando con Pentesilea (detalle de una cerámica ca. 540-530 aC)

Y frente a Aquiles, Agamenón. Frente al más joven y libre de los héroes griegos, aquél que aspira a convertirse en el caudillo de héroes, en la máxima autoridad del ejército. No tardaron en saltar chispas entre ellos, que se odiaban no sólo por sí mismos sino por todo lo que uno representaba para el otro. Y además, como decíamos al inicio de estas líneas, Agamenón es un soberano imbécil. Un imbécil necesario para que la trama avance y se plantee la profundidad de lo que Homero quiere contarnos. Pero un imbécil al fin y al cabo.

Las primeras apariciones de Agamenón hacen que sea difícil que nos resulte simpático. Desde que el viejo sacerdote Crises entra en el campamento aqueo para suplicar por la devolución de su hija, mediante el pago de un rescate, nos conmueve la pena del anciano por su hija raptada y convertida en esclava. ¿A todos?

«Pero esto no satisfizo al hijo de Atreo, Agamenón, que le expulsó de allí con amenazas de una forma ofensiva: «Que nunca vuelva a verte, anciano, cerca de las cóncavas naves, vete ya sin demora y no vuelvas a presentarte aquí, pensando que el temor que infunden tu cetro y las cintas del dios te van a proteger. ¡No pienso devolverla! Ha de caer sobre ella la vejez en mi casa de Argos, lejos de su patria, sirviendo en el telar y como compañera mía en el lecho. Asi que vete ya, no provoques mi cólera si quieres regresar sano y salvo»

Esta respuesta ofensiva y prepotente es la primera aparición de Agamenón en la Ilíada y ha hecho correr ríos de tinta durante generaciones por la actitud indigna de un buen gobernante que demuestra el hijo de Atreo. Mucho más si, como lectores, al instante se nos indica que la ofensa de Agamenón y la negativa de liberar a Criseida desencadenan la ira de Apolo en la forma de una tremenda epidemia en el campamento griego. Durante nueve días la enfermedad enviada por el dios corrió por las tiendas aqueas, hasta que el décimo Aquiles decide convocar a la asamblea para solucionar la crisis.

Máscara de Agamenón

La mal llamada Máscara de Agamenón, de Micenas

Atentos al cambio de roles. Agamenón, líder del ejército, por cuya actuación indigna perecen los hombres a su cargo. Aquiles, el joven Aquiles, resolutivo ante el problema, convocando la asamblea y dispuesto a hallar soluciones. Con unas pocas pinceladas Homero nos ha planteado la distancia insondable entre ambos personajes. Y en esta asamblea, en la que ambos se encuentran cara a cara y enfrentados, arranca el argumento de la Ilíada, que no es el canto a la Guerra de Troya (pues ni narra ni su principio ni su final) ni a la vida de Aquiles (se nos escamotea hasta el relato de su muerte), sino simplemente el canto a su cólera. Una cólera que nace de la disputa entre decidir seguir a un líder indigno o hacer caso a la propia voluntad. En su intervención ante la asamblea, cuando Agamenón plantea que si se le obliga a devolver a Criseida está en su derecho a arrebatar a Briseida de las manos de Aquiles como compensación, Homero nos presenta la cara más oscura del caudillo aqueo. Su cabezonería, su egoísmo, que le lleva a humillar a Aquiles.

Y es aquí cuando las palabras de Aquiles resuenan, desde los casi tres milenios que nos separan de Homero, con una modernidad que apabulla:

«Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos, a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada. No me han robado nunca ganado ni caballos, nunca en Ftía, tierra de suelo generoso y grandes hombres, me destruyeron la cosecha, que hay mucha distancia entre nosotros, pues nos separan las oscuras montañas y el resonante mar. Vinimos, oh, gran desvergonzado, por tu causa, por hacerte un favor»

Unas palabras que, como nos recuerda Caroline Alexander en su excelente La guerra que mató a Aquiles (Acantilado, 2015) evocan instantáneamente, por su simetría, a las pronunciadas por Muhammad Alí en su negativa a alistarse en el ejército de los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam:

«Yo no tengo ningún problema con el Vietcong. El Vietcong nunca me llamó negro. No estoy dispuesto a recorrer 16.000 kilómetros para ayudar a matar, asesinar y quemar a otra gente sólo para mantener el dominio de los esclavistas blancos sobre la gente de piel oscura«

Tanto Aquiles como Alí no son sino altavoces de algo más profundo. Ya sea por poder hablar en la asamblea de jefes, ya sea por la visibilidad que da el ser Campeón del Mundo, ambos expresan en voz alta – ante un micrófono – lo que muchos otros comentaban entre susurros.

«Tú, odre de vino, de ojos de perro y corazón de ciervo, nunca has tenido valor para salir armado con los tuyos al combate, ni para participar en una escaramuza con los más esforzados. No lo haces porque tú en esas cosas ves la muerte. Prefieres mucho más recorrer el gran campamento de los aqueos y apoderarte del botín de cualquiera que te contradiga, rey que devoras a los tuyos, porque son pusilánimes. Si no, éste sería tu último ultraje.»

Y así, ante la pasividad del resto de líderes de los aqueos (todos ellos, recordemos, de la generación de Agamenón), Aquiles promete dejar de combatir. Lanzando el cetro al suelo, abandona la asamblea. Crisis de autoridad: «Pusilánime en verdad y cobarde se me podría llamar si accediese a cumplir todas las órdenes que tú quieras darme. Di esas cosas a otros, pero a mí ya no me des más órdenes, porque no tengo intención de obedecerte» espeta a la cara Aquiles a Agamenón y, acto seguido, se marcha a su campamento junto a sus dos mil quinientos mirmidones. Y Agamenón, de nuevo como un imbécil, es incapaz de entender que con su prepotencia, ha condenado al ejército de los aqueos a perder a los mejores de sus hombres.

Ayax cargando el cadaver de Aquiles

Áyax cargando el cadáver de Aquiles. Cerámica siglo VI aC

Como una réplica en la tierra de la rebelión en el Olimpo contra Cronos Aquiles, hijo de Tetis y el mejor de los hombres, se rebela contra Agamenón. Pero no por la voluntad de usurpar el poder, sino por anteponer su libertad individual al acatamiento de una autoridad injusta, de un poder unipersonal y caprichoso contra el que no hay defensa posible. La pregunta que nos deberíamos estar haciendo ahora mismo es la siguiente: ¿Por qué está Agamenón incapacitado para el mando? ¿Por qué, a ojos del oyente-lector, es un perfecto imbécil? La respuesta nos habla de la distancia entre el tiempo de los sucesos narrados en la Ilíada y el momento en el que Homero – fuera quien fuera – recoge las tradiciones existentes sobre la guerra de Troya y decide crear con ellas una historia con matices distintos. Entre aquello que conocemos como la Grecia Micénica de finales de la Edad del Bronce y la realidad de la Grecia de finales del siglo VIII aC.

Y es que el mundo de Homero bullía con una efervescencia bien distinta a la de los palacios micénicos. Donde antes había fuertes poderes personales, ahora empezaban a conformarse nuevas realidades políticas, que desembocarían en lo que hoy calificamos de ciudades-estado. Donde antes había una jerarquía inamovible, ahora se proyectaban nuevas expresiones comunales, en la forma de incipientes colonias que la mayor parte de las veces tomaban la forma de expediciones familiares.

La crítica de Aquiles a Agamenón, pero también la de Tersites, ese guerrero subversivo e irreverente que, en toda la Ilíada, es el único de quien no se nos indica el padre (y por tanto, de baja estofa, ajeno al recurso de la grandeza de los antepasados) nos hablan de un mundo nuevo. En él, el peligro para el rey no circula ya por los entresijos de una usurpación que cambie la cabeza coronada para mantener todo lo demás igual, sino que lo hace con la sombra de un golpe de estado que traiga un tiempo nuevo, en tanto que dé voz a una individualidad colectiva que ha dejado de sentir como propias las viejas formas de hacer política.

Para Aquiles y Tersites – y con él buena parte de los guerreros anónimos que combatían en la llanura de Troya, a ojos del público homérico – pero también para Héctor al otro lado de las murallas de Troya, Agamenón y todos su reyes eran una panda de viejos imbéciles.


Hace unos meses le dediqué otra entrada en Studia Humanitatis a la Odisea, por si queréis echarle un ojo.

Alberto Reche Ontillera

Ripollet, 1983. Doctor en Historia Medieval por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente centrado en las relaciones ciudad - Corte, las élites urbanas bajomedievales de Barcelona y las expediciones navales en el Mediterráneo. Y ya en la vida real, dedicado a la divulgación.
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