La derrota de Poitiers: Notas para una ucronía

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Ripollet, 1983. Doctor en Historia Medieval por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente centrado en las relaciones ciudad - Corte, las élites urbanas bajomedievales de Barcelona y las expediciones navales en el Mediterráneo. Y ya en la vida real, dedicado a la divulgación.

Hay un peligro enorme en la Historia al que no estamos acostumbrados a poner nombre. Cuesta reconocer que jugamos con las cartas marcadas: ¿Cómo no va a afectar a nuestra lectura de los hechos saber el final de cada historia, el giro de cada trama, el asesino de cada crimen y el desenlace de cada batalla? Reconstruimos desde el presente hacia el pasado y, en ese trámite del niño que sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos, no caemos en el gris de los mundos posibles que, aunque no fueron, bien pudieran haber sido. Y por el camino perdemos en el limbo de los justos el espíritu crítico. Sólo así se entiende, por ejemplo, nuestra ingenua cabezonería de hablar de la larga decadencia del imperio romano en el Bajo Imperio y no entender lo maravilloso de las novedades políticas, sociales y militares que permitieron que Roma perviviera teniéndolo todo en contra. Y si no, que se lo digan a Peter Brown…

¡He ahí la magia de la ucronía! El desarrollar las posibilidades que pudieron ser y no fueron, no en un ejercicio de cuartomilenarismo de opereta sino como toma de consciencia de las opciones que en cada momento histórico se disputaron el quedar fijadas en el guión de la Historia y ser grabadas en piedra. Y con esa premisa en mente cobran sentido las próximas líneas. Meras notas para una ucronía pero necesarias para no creerse uno una unidad de destino en lo universal, que es como suele acabar la historia europea cuando se viste de toro para ligarse a una fenicia, se cae de un caballo camino de Damasco o se deja bigote.

¿Y por qué hacer esto? ¿Por qué liarse uno a diletar en la historia-ficción? No es por compararme con nadie, pero si un historiador poco sospechoso de antiacademicismo como Edward Gibbon pudo escribir a finales del siglo XVIII las siguientes líneas sobre la victoria de Carlos Martel en Poitiers cualquier salto lógico al vacío debería estar, no ya permitido, sino integrado en los curricula universitarios:

«[Si no se hubiera dado la victoria franca en Poitiers] quizá la interpretación del Corán se enseñaría ahora en las escuelas de Oxford, y sus púlpitos demostrarían a un pueblo circuncidado la santidad y la verdad de la revelación de Mahoma»

Mezquita azul

¿Sería así el Oxford que imaginaba Gibbon en sus pesadillas?

La realidad de la Historia como salvaguarda ante el Apocalipsis que representa la perversión de la más sagrada máxima europea: su matriz cristiana. En este esquema de pensamiento la derrota de Abderramán ibn Abd Allah al-Gáfiqi frente a Carlos Martel supuso, bien la «batalla más importante en la historia del mundo» como escribió el historiador militar Hans Delbrück, bien «el instante en que francos y árabes se disputaron el mundo¨ como lo hizo Henri Martin y poco menos que la salvación de Europa ante las hordas asiáticas y africanas, como se ha repetido por activa y por pasiva incontables veces. Pocos hechos se han mitificado tanto en la autopista de las mitificaciones del presente hacia el pasado como la batalla de Poitiers. Casi como si aquella mención sobre los europenses de la Crónica Mozárabe del 754 llevara, sin solución de continuidad, al surgimiento de la Unión Europea que defendía incluir en su Constitución las raíces cristianas de Europa.

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La batalla de Poitiers según Charles de Steuben

Pero, ¿qué sabemos de Carlos Martel que lo haga preferible a Abderramán ibn Abd Allah al-Gáfiqi aparte de su simpleza fonética? ¿Qué elementos del mundo merovingio y carolingio nos resultan más apetecibles que los que pudiera tener el regnum musulmán que se estaba configurando de orilla a orilla del Mediterráneo, sobre todo a partir de los abásidas? Porque ahí está la pregunta clave en cualquier análisis histórico: los contextos en disputa, no las construcciones desde el presente.

Sería un juego bonito entender lo que se perdió y lo que se ganó en Poitiers. En el fragmentado Occidente postromano, en el que la idea de imperio era sólo una sombra que sobrevolaba algunas cabezas bienpensantes, ¿qué posibilidades habría supuesto la adhesión a una matriz cultural cosmopolita y mediterránea? ¿Cuál habría sido el efecto de la irrupción de una amalgama cultural perso-bizantina (¿me atreveré a usar el término «helenístico» en este contexto?) en la Irlanda del siglo VIII? ¿Y los de una sociedad sin castas sacerdotales que veía con cierto respeto la convivencia entre religiones? ¿Y dónde quedan las Cruzadas y sus efectos? Visto desde el punto de vista del conocimiento científico no hace falta ni plantearlo en forma de pregunta: trigonometría, astronomía, números arábigos, Aristóteles en prime time

Sigamos con el juego. La victoria de Carlos Martel puede ser vista, desde la asepsis que nos proporciona el presente, como el nacimiento de la Europa Cristiana. Pero, por ese mismo mecanismo de marcar las cartas de la baraja, ¿no podemos verla también el surgimiento de una Europa económicamente atrasada hasta no hace tanto en la Economía Mundo, donde la aristocracia hereditaria y las persecuciones religiosas y hacia las minorías, es decir, el uso del «otro» (ya fuera étnico, lingüistico, religioso o cultural) como enemigo, estaban a la orden del día?

Cómo mi intención eran unas meras notas para una ucronía, no cabe aquí responder los interrogantes. ¿Qué es al cabo jugar sino dejar siempre la conclusión abierta, expuesta a la repetición cíclica de unos resultados dispares? Sólo apuntar que, cuando a alguien se le llene la boca de integrismos, destinos y mártires, vengan del lado que vengan, tal vez convenga pensar que lo de Poitiers, en el fondo, no fue una victoria sino, más bien, una derrota.

Alberto Reche Ontillera

Ripollet, 1983. Doctor en Historia Medieval por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente centrado en las relaciones ciudad - Corte, las élites urbanas bajomedievales de Barcelona y las expediciones navales en el Mediterráneo. Y ya en la vida real, dedicado a la divulgación.
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