Santiago cerró España

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Cáceres, 1992. Graduado en Filología Hispánica y Máster Universitario de Investigación en Humanidades por la Universidad de Extremadura. Doctorando en Lenguas y Culturas por la UEx. Becario FPU por el MECD (convocatoria 2014). Investigo sobre el teatro heroico castellano de los siglos XVII y XVIII, en relación con la literatura medieval. También, en mis ratos libres, hablo sobre cine, música, cómic, series; cultura pop, en definitiva.

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Fuente: elpais.com

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El capítulo 2×01 de El Ministerio del Tiempo recuperó al Cid. Y a los espectadores tal vez se les escaparon ciertos detalles que hacían más relevante la nueva misión del Ministerio menos criticado del Gobierno: que desde la película de animación El Cid. La leyenda (2003), el héroe burgalés no había sido protagonista de ninguna ficción audiovisual española; que este regreso se realizaba bajo el amparo de la televisión pública; y que, y este es el punto principal, don Rodrigo Díaz de Vivar volvía a la memoria popular colectiva despojado de todos sus caracteres más polémicos. Este Cid no fue despreciado por misógino, racista, antisemita, intolerante religioso: ejemplo controvertido, en suma, de valores rancios y arcaicos («medievales», a fin de cuentas).

Un regreso, sin duda, tan afortunado como arriesgado. Paradójicamente, a medida que el género fantástico de ambientación medieval ganaba seguidores en nuestro país, la materia épica castellana, sostén durante siglos de la fantasía de generaciones, caía en el olvido y el descrédito. Las razones son múltiples y complejas, aunque podríamos señalar una principal: los valores que defiende nos quedan muy lejanos. Alain Deyermond [1] situaba el origen de las gestas castellanas en el proceso de independencia y autodefinición identitaria, legal, territorial y cultural del condado de Castilla, diferente al resto de sus beligerantes vecinos. Esta situación supuso el caldo de cultivo perfecto para la elaboración de relatos de héroes que reflejaban los modelos de comportamiento ideales para esa incipiente sociedad. Fernán González y el Cid son dos de los grandes estandartes de esta materia castellana. Y, como tales, perduraron a lo largo de los siglos en la literatura española, cargados con diferentes significados a medida que los tiempos cambiaban.

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Fuente: filmaffinity.com.es

 

Sin embargo, la suerte de ambos héroes fue dispar. Las gestas del Cid se han adaptado mejor al signo de los tiempos, en múltiples formatos y para todo tipo de públicos. El doctor David Porrinas (UEx), en una ponencia presentada en noviembre de 2014, señalaba que este héroe castellano había sabido forjar en vida una leyenda verídica a partir de su conquista del reino de Valencia y su ascenso social; méritos que silenciaban su controvertido carácter mercenario, que no pasó a la memoria literaria colectiva. Fernán González, sin embargo, tuvo que esperar hasta el siglo XVII para convertirse en conquistador épico a ojos de cronistas y dramaturgos. Su figura histórica es oscura e incierta en muchos aspectos, lo que dificulta su fijación histórica más allá de la leyenda. ¿El resultado? Fernán González no fue interpretado por Charlton Heston, no amenizó las meriendas de la tarde como Ruy, el pequeño Cid, no ganó un Goya a la Mejor Película Animada. Rodrigo Díaz, por su parte, hace poco ha sido héroe protagonista, en prime time, con hashtag propio, y en un género de moda como la fantasía / ciencia ficción.

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Fuente: filmaffinity.com.es

 

No siempre fue así. La figura de Fernán González, de por sí, es muy endeble en su caracterización primaria porque estaba sujeta estrictamente a las condiciones históricas que la vieron nacer (tal y como indica Pérez Priego [2]). La independencia de Castilla frente a León carga de significado al personaje en los siglos XI-XII; pero cuando las dos coronas se unen, el conde debe convertirse en cruzado santo contra el islam, en un ambiente de euforia reconquistadora bajo el reinado de Fernando III; y cuando toda la península es ya cristiana, el conde sirve únicamente como legitimador de linajes nobiliarios y reales, y modelo de buen comportamiento. Es solo un personaje ejemplar en sus acciones y decisiones, que vive extraordinarias aventuras. Pero un personaje plano, a fin de cuentas. El Romanticismo recupera la rebeldía original, y la independencia de Castilla se trata como reflejo de la lucha del ideal liberal contra la tiranía absolutista: lo vemos en obras de autores como Larra, Ramírez Arcas, De la Rosa y Calvo Asensio, Fernández y González, Trueba y Cossío y otros tantos.

Pero esto no dura. Un excesivo apego historicista hacia su figura a lo largo del siglo XX, y de la mano de autores como Menéndez Pidal o fray Justo Pérez de Urbel, erosiona el atractivo literario del héroe. Además, la apropiación que de él hace el vacuo propagandismo nacional-católico del franquismo termina por connotarlo negativamente. Y la sombra del Cid es alargada: a rebufo de la superproducción de Anthony Mann, Javier Setó nos ofreció en El valle de las espadas (1963), producción histórica de saldo, a un improbable Espartaco Santoni como el conde castellano. Y, tras esto, el silencio. Es difícil localizar literatura sobre el personaje en el siglo XX, más allá de obras didácticas de pomposo título como Fernán González, fundador de la independencia de Castilla (1949), Fernán González, el héroe que hizo a Castilla (1952), Forjadores gloriosos de Castilla: Lerma y sus pueblos (1967), y La España del siglo X: castellanos, y leoneses, navarros y gallegos, musulmanes y judíos, forjadores de historia (1983).

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Fuente: rtve.es

 

El Cid de El Ministerio del Tiempo, por contra, recibe una suerte muy distinta. Es un guerrero esforzado y respetado; un líder carismático; un esposo fiel y cariñoso; y guerrero contra los musulmanes sin que nadie se lo cuestione, pues es parte indispensable de su carácter. Y, así, en la serie se realiza un ambicioso ejercicio metaliterario de reflexión acerca de los límites entre la realidad y la leyenda. Esta última acaba reforzada, gracias a un recurso innovador que termina por dignificar al héroe y anular toda reacción contraria por parte de una audiencia más sensibilizada hacia el multiculturalismo y el laicismo: este Cid es, ante todo, un ser humano normal y corriente, con sus debilidades y fortalezas, que cumple su deber aunque ello suponga la anulación de su identidad (y por tanto estar abocado a no tener un final feliz). Semejante toma de conciencia hacia la inverosimilitud y falsedad histórica de la leyenda no se había dado en la ficción desde hacía demasiado tiempo. Aquí no se usan recursos fáciles como el manido «la verdadera historia detrás de la leyenda». El «¡Por Santiago y por España!» que exclama Alonso de Entrerríos al frente del ejército cristiano no suena ni reaccionario ni retrógado. El Ministerio del Tiempo apuesta por la leyenda porque es lo que ha perdurado, y le otorga un nuevo significado: la redención.

Algo encomiable en una serie tan entusiasmada con nuestro pasado histórico como crítica con el patriotismo más rancio (véase, a este respecto, el magnífico capítulo que cerró la segunda temporada). Y el Cid, de nuevo, gana la partida. Pese a ser desmitificado, paradójicamente refuerza su condición de mito por otras vías. Aún puede decirnos algo a nosotros, mil años después. Fernán González, sin embargo, no corre tanta suerte. Para que la épica tradicional de verdad perdure actualmente, tal y como hemos visto, tiene que ser fuera de todo propagandismo, y ahondando en los valores internos (despolitizados, flexibles, universales) del personaje. Los únicos verdaderamente atemporales.

Fuente: en.wikipedia.org

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[1] DEYERMOND, A. D. (2008) Historia de la literatura española. La Edad Media. 21ª edición. Barcelona, Ariel.

[2] PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel (1989). “Actualizaciones literarias de la leyenda de Fernán González”. La leyenda. Antropología, historia, literatura. Actas del coloquio celebrado en la casa de Velázquez, Universidad Complutense de Madrid, pp. 238-252.

Alberto Escalante Varona

Cáceres, 1992. Graduado en Filología Hispánica y Máster Universitario de Investigación en Humanidades por la Universidad de Extremadura. Doctorando en Lenguas y Culturas por la UEx. Becario FPU por el MECD (convocatoria 2014). Investigo sobre el teatro heroico castellano de los siglos XVII y XVIII, en relación con la literatura medieval. También, en mis ratos libres, hablo sobre cine, música, cómic, series; cultura pop, en definitiva.
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