Abraham Merritt, el Maestro Olvidado del Pulp

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Jordi Morera

Granollers, 1974. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Estudios Ingleses Avanzados por la misma universidad. Mis estudios actualmente se centran en la épica renacentista y mis intereses giran alrededor del maridaje entre la novela histórica, la mitología y el género fantástico.

La historia reciente de la literatura especulativa debe mucho a las revistas pulp. Durante la primera mitad del siglo XX, en un tiempo en el que la tecnología aún no podía imaginar por nosotros, aquellas publicaciones baratas e impresas en papel de baja calidad constituían para el gran público un verdadero portal a la aventura, a pesar del desprecio con el que hoy suelen ser juzgadas por amplios sectores de la crítica y el público. Aquellas revistas prometían ofrecer, entre sus vistosas cubiertas, algo emocionante para cada lector. Sin duda, cumplían con aquella promesa: la variedad era infinita. Existían de todo pelaje y condición: pulps del oeste, de género bélico, de detectives, de aventuras exóticas, de piratas, y por supuesto, y de manera muy destacada, hubo también pulps dedicados al terror, la fantasía y la ciencia ficción.

El rápido ritmo de publicación de las revistas pulp, y su formato asequible y de consumo fácil e inmediato, las convirtieron en terreno abonado para la experimentación con nuevos géneros y temáticas, y se tornaron en una verdadera plataforma de despegue para los escritores de lo fantástico más importantes de su época. Nombres como Robert E. Howard, Howard Philip Lovecraft o Clark Ashton-Smith, entre otros, deben su popularidad y gran parte de su obra al pulp, y el material publicado en sus páginas se convertiría en uno de los soportales de la literatura especulativa posterior. Otro de estos grandes autores que contribuyeron a sentar las bases de la literatura fantástica y de terror actuales es, sin duda, Abraham Merritt.

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Abraham Merritt

Aunque a día de hoy se trata de un autor prácticamente desconocido fuera del ámbito anglosajón, Abraham Merritt (1884-1943) fue uno de los escritores más reconocidos, exitosos e influyentes de las primeras épocas del pulp, junto al célebre Edgar Rice Burroughs. Merritt, de profesión periodista, escribió un volumen relativamente pequeño de ficción, pero se convirtió en uno de los autores pulp más famosos y hoy en día está justamente considerado uno de los pioneros del género fantástico. Ya desde sus primeras historias, A Través del Dragón de Cristal (All-Story, noviembre 1917) y Los Habitantes del Pozo (All-Story, enero 1918), Merritt se desmarcó un estilo propio, pero fueron El Estanque de la Luna (All-Story, junio 1918) y su secuela, La Conquista del Estanque de la Luna (All-Story, febrero 1919), las que le catapultaron al éxito. En aquellos tiempos, los relatos de fantasía pura y dura eran aún muy marginales e incipientes; lo que realmente estaba en boga era la ciencia-ficción (o “scientifiction”, como la llamaban entonces). Sin embargo, Merritt se desvió de la norma, ofreciendo relatos en los que el contenido científico era prácticamente inexistente. Sus historias poseían un aire fantástico, como cuentos modernos brillantemente plasmados mediante un lenguaje vigoroso, sobrio a menudo y florido en partes, y un tanto extravagante, marcado por el amor al detalle y la descripción minuciosa. Los extraños mundos perdidos de sus primeros relatos estaban regidos por el misterio y un toque de magia, si bien normalmente ésta normalmente era insinuada y racionalizada como poderes psíquicos o el producto de una super-ciencia ajena al ser humano, algo mucho más aceptable para el paladar de la época.

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La Conquista del Estanque de la Luna

Dada la pasión de Merritt por el estudio de lo oculto (con los años acumuló una gran colección que supuestamente superaba los 50.000 volúmenes), y su membresía en la Sociedad Forteana, no es de sorprender que algunos de los temas más recurrentes en su obra de ficción giren alrededor de razas no humanas perdidas, tecnologías antiguas super-avanzadas, fenómenos extraños y mundos ocultos bajo la superficie. En El Estanque de la Luna, por ejemplo, podemos leer el encuentro de cuatro aventureros con los restos de una civilización ancestral subterránea y con el mal que ésta ha creado. El Estanque de la Luna, aunque muestre a nivel superficial elementos de ciencia-ficción, está escrita a modo de relato fantástico. El Estanque de la Luna se cita a menudo como una de las principales influencias detrás de La Llamada de Cthulhu, el célebre relato de terror cósmico de H.P. Lovecraft. Su secuela, El Monstruo de Metal, apareció serializada en Argosy All-Story Weekly a lo largo de 1920, y publicada como novela ya en 1946, gozando también de un gran éxito.

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Ilustración de «¡Arde, Bruja, Arde!»

Con ellas, Merritt dio continuidad al género de los mundos perdidos en la tradición de Haggard y Conan Doyle, y convirtiéndose junto a Burroughs en el principal cultivador del mismo en el siglo XX, Los mundos perdidos de Merritt, más fantasiosos que los de Burroughs, sirvieron como un perfecto complemento, y entre ambos autores coparon las primeras filas del éxito entre los autores pulp. Hasta tal punto fue así que el célebre editor Hugo Gernsback tuvo que alterar su política editorial al darse cuenta que los dos autores de ciencia-ficción más populares no eran, como él creía, Julio Verne y H. G. Wells, sino E. R. Burroughs y A. Merritt. En ese mismo instante, con Gernsback dándose cuenta de que el público no sólo admite sino que ansía historias que en su opinión están concebidas más como cuentos de hadas que como relatos científicos, podemos situar uno de los momentos claves para que el género fantástico empiece a cobrar vida propia e independiente.

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La Nave de Ishtar

Los mundos perdidos seguirían formando parte central de la narrativa de Merritt a lo largo de su carrera. En La Cara en el Abismo (1931), de nuevo juega con la ambigüedad entre la magia y la ciencia fantástica para presentar una civilización perdida que ha dominado el arte de la ingeniería genética para recrear a los dinosaurios y concebir monstruos. Tanto en ella como Los Habitantes del Espejismo (1932), su última y quizá mejor novela de este subgénero, la línea entre el bien y el mal está claramente trazada y el conflicto entre ambos se resuelve de manera poco moralista. Con el tiempo, Merritt se fue alejando de los mundos perdidos para ampliar las temáticas de sus novelas, adentrándose en  cada vez más en los terrenos de lo puramente fantástico. La Nave de Ishtar (1926), ampliamente considerada su mejor obra y uno de los clásicos por antonomasia de la fantasía, cuenta las aventuras de John Kenton, un veterano de la Primera Guerra Mundial que, al hacerse con la maqueta de un barco antiguo, es transportado a una antigua Mesopotamia fantástica en la que el navío es de tamaño real, lo que le llevará a toda clase de aventuras. En Las Siete Huellas de Satán (1927), Merritt se aproxima al terror y sustituye sus típicos escenarios exóticos por  la ciudad de Nueva York y sus suburbios, en una historia que mezcla aventura, terror y novela policíaca. En sus últimas novelas, ¡Arde, Bruja, Arde! (1932) y su secuela, ¡Arrástrate, Sombra, Arrástrate! (1934), Merritt ya se adentra abiertamente en el mundo de lo sobrenatural, para contar una siniestra historia de magia negra en lo que no dejan de ser novelas de acción y aventuras con un fondo de brujería y terror con pasajes realmente angustiosos. Como ocurre con todos sus coetáneos, las tramas de Merritt quizá no resulten sorprendentes para los lectores de hoy, pero la cosa cambia si son vistas con la mirada menos curtida de un lector de los años 30. La popularidad de las historias de Merritt fue tal, que tanto Las Siete Huellas de Satán como ¡Arde, Bruja, Arde! fueron adaptadas al cine, la primera con el mismo título (Benjamin Christensen, 1929) y la segunda como The Devil-Doll (Todd Browning, 1936).

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Página interior de la edición original de «¡Arrástrate, Sombra, Arrástrate!»

Abraham Merritt, uno de los periodistas y editores mejores pagados de su época, nunca abandonó su profesión, dedicándose a la escritura de ficción como una actividad secundaria. Ese hecho sin duda explica el escaso volumen de su obra, pero aunque su calidad literaria sigue siendo materia de debate, (defendida por unos, justamente criticada por otros, y directamente vilipendiada en los círculos que se niegan a reconocer la existencia del oro enterrado en las páginas de las revistas pulp), su producción fue más que suficiente para influir marcadamente en la formación de un género que años más tarde explotaría con fuerza con la súbita irrupción del anillo de Tolkien. Afamado escritor de best-sellers, imitado durante más de una década, y forjador de un legado persistente, Abraham Merritt sigue siendo una figura cuanto menos reconocida por el público anglosajón, como demuestra el hecho de que en 1999 su nombre fuera incluido en el Science Fiction and Fantasy Hall of Fame. Lamentablemente, ese no es el caso entre los lectores de habla hispana. Durante mucho tiempo, el mercado castellano ha ignorado la obra de Merritt casi por completo, siendo la editorial Anaya la primera en enmendar este error en los años 90, con la publicación de ¡Arde, Bruja, Arde! y ¡Arrástrate, Sombra, Arrástrate! en la mítica colección Última Thule. Desde entonces la situación parece haberse ido corrigiendo poco a poco y, gracias a editoriales como Valdemar, Eneida o La Biblioteca del Laberinto, podemos por fin disfrutar en la lengua de Cervantes de la obra, aún plenamente disfrutable, del que fue, sin duda, el gran maestro olvidado de la literatura pulp.

Jordi Morera

Granollers, 1974. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Estudios Ingleses Avanzados por la misma universidad. Mis estudios actualmente se centran en la épica renacentista y mis intereses giran alrededor del maridaje entre la novela histórica, la mitología y el género fantástico.
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