Los Mundos Perdidos de H. Rider Haggard

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Jordi Morera

Granollers, 1974. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Estudios Ingleses Avanzados por la misma universidad. Mis estudios actualmente se centran en la épica renacentista y mis intereses giran alrededor del maridaje entre la novela histórica, la mitología y el género fantástico.

Está lejos. Pero en este mundo no hay ningún viaje que un hombre no pueda superar si pone el corazón en ello. No hay nada, Umbopa, que no pueda hacer, no hay montañas que no pueda escalar, no hay desiertos que no pueda cruzar…

H. Rider Haggard, Las Minas del Rey Salomón

Para hablar de los orígenes de lo que hoy conocemos como literatura especulativa, se hace imprescindible remontarnos hasta las postrimerías del siglo diecinueve, donde encontramos los primeros exponentes realmente populares de un género que todavía tardaría en explotar definitivamente dado el realismo imperante en la literatura de la época. Aquellos tiempos nos dejaron plumas tan famosas y reconocidas como las de Julio Verne y H.G. Wells, verdaderos visionarios y padres de la Ciencia Ficción, o la de Robert Louis Stevenson, quien popularizó la novela juvenil con su inmortal La Isla del Tesoro. Pero si hay un nombre que, a pesar de no ser tan popular hoy en día, sin duda es sinónimo de la novela victoriana de aventuras, este es el de Sir Henry Rider Haggard.

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Funcionario del Imperio Británico y escritor prolífico, Rider Haggard fue un buen conocedor de la África colonial y amigo personal de otro conocido escritor británico, Rudyard Kipling, autor de El Libro de la Selva. La mayoría de las novelas de Haggard estaban ambientadas en lugares exóticos, predominantemente la África que él mismo había recorrido y donde vivió gran parte de su vida. La mentalidad de la época veía el “continente oscuro” como un lugar de misterio y aventura, repleto de peligros y secretos esperando a ser descubiertos por el intrépido explorador que osara adentrarse en él: la búsqueda de las fuentes del Nilo; el descubrimiento del lago Victoria; los viajes de Stanley en busca del Dr. Livingstone; estas y otras expediciones formaban parte del imaginario popular de la época, ayudando a formar una imagen de África muy concreta. Rider Haggard contribuyó a esta imagen iniciando por su cuenta un peculiar subgénero literario, las historias de Mundos Perdidos: aventuras en reinos perdidos llenos de magia y misterio y poblados por civilizaciones milenarias olvidadas por el tiempo. Este género sería continuado posteriormente por autores como Edgar Rice Burroughs, Arthur Conan Doyle, Abraham Merritt y H.P. Lovecraft, y goza aún hoy de una popularidad considerable.

Uno de los máximos exponentes de estos Mundos Perdidos lo encontramos en la más exitosa y reconocida de las novelas de Haggard, Las Minas del Rey Salomón (1885). Ésta relata la expedición de un grupo de aventureros en busca de las legendarias minas de diamantes del mítico rey Salomón, siguiendo un antiguo mapa que les conducirá a través del interior de una África inexplorada hasta la misteriosa tierra de los Kunuana. El grupo está liderado por el cazador y explorador Allan Quatermain, arquetípico héroe victoriano, valiente, galante y carismático, destinado a convertirse en el modelo e inspiración del más famoso aventurero que ha dado el cine, el célebre Indiana Jones. La popularidad del personaje en sus tiempos hizo que Haggard escribiera una serie de secuelas ya centradas exclusivamente en la vida de éste, la más conocida de las cuales se titula simplemente Allan Quatermain (1887). Desafortunadamente, es probable que el personaje de Quatermain sea hoy en día más recordado por las numerosas adaptaciones al cine de Las Minas del Rey Salomón que se han llevado a cabo a lo largo de los años, y digo desafortunadamente porque, como pasa tan a menudo, ninguno de estos intentos logra captar del todo el espíritu de la obra original. El personaje de Quatermain también ha recibido una revitalización al aparecer en la popular novela gráfica de Alan Moore, The League of Extraordinary Gentlemen, que homenajea de forma muy particular a la literatura victoriana de género.

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Si bien los temas fantásticos se tocan muy preliminarmente en Las Minas del Rey Salomón y sus continuaciones, ya los encontramos más desarrollados en la saga que les sigue en popularidad, compuesta por la novela Ella (1887) y su segunda parte, Ayesha (1905). Retomando la temática del Mundo Perdido, Haggard nos vuelve a descubrir las ruinas de una civilización milenaria en el interior no cartografiado de África, habitada por un pueblo primitivo que no obstante es gobernado por una misteriosa reina blanca de gran belleza y poseedora de extraños poderes, la Ayesha del título, a menudo referida por sus súbditos como “Ella-A-Quien-Hay-Que-Obedecer”. La llegada de los expedicionarios trastocará el orden de la ciudad perdida de Kôr, sobre todo cuando la inmortal Ayesha crea reconocer en uno de los recién llegados la reencarnación de su antiguo amor, muerto por sus propias manos siglos atrás. Haggard mezcla en estas novelas temas propios del género como el peso de la inmortalidad o el poder de la magia sobre la vida y la muerte con cuestiones como la autoridad y la capacidad de gobierno de las mujeres y la personalidad femenina, una representación no convencional del género femenino por la que ha sido tan criticado como alabado.

Otras obras de Haggard son menos conocidas, pero no por ello menos interesantes. The People of the Mist (El Pueblo de la Niebla, 1894) de nuevo nos presenta situaciones y tropos que nos pueden parecer propios de la ficción pulp o del cine clásico de aventuras antes de recordar que fue el propio Haggard uno de los responsables de la creación y popularización de dichos tropos. Un aventurero en busca de la fabulosa riqueza de un pueblo perdido, la lucha por el poder dentro de esta extraña sociedad dividida entre los leales al monarca y los fieles al dios cocodrilo, y el peligro que acecha al héroe cuando todas estas facciones quieren aprovechar su llegada en beneficio propio. En Eric Brighteyes (Eric Ojos Brillantes, 1890) Haggard deja su querida África para llevarnos al mundo de la Islandia de los vikingos, creando una feroz historia de aventuras rebosante de misticismo nórdico en un claro intento de imitar el tono y el estilo de las antiguas sagas escandinavas. Y en Montezuma’s Daughter (La Hija de Montezuma, 1893) Haggard abandona los Mundos Perdidos y la fantasía para explorar los primeros contactos entre europeos y aztecas, creando una potente aventura de capa y espada con el trasfondo exótico de dos mundos chocando con violencia.

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Es obvio al leer a Haggard que sus obras son producto de su tiempo. Los estereotipos victorianos y las visiones coloniales del mundo, fruto de la condescendencia europea, ciertamente se hallan presentes. Los prejuicios y el sentimiento de superioridad británico asoman su fea cabeza, producto inímico de toda empresa grandiosa con afán civilizador. Sin embargo, la visión que tiene Haggard de otras culturas como las africanas es quizá más complejo y menos insultante que el de otras obras contemporáneas, más dañinas y exageradas en su racismo. Haggard ofrece su versión particular del mito del “noble salvaje”, y aunque sus protagonistas sean casi siempre muy blancos y muy british, sus personajes africanos son tratados de manera seria y se muestran capaces de nobleza y heroísmo, en lugar de ser representados como simples recursos humorísticos o feroces enemigos. También muestra una descripción de África mucho más cercana a la realidad que otras obras del momento, gracias a su experiencia personal.

A pesar de ser consideras en su época simplemente boy’s adventures (incluso por sí mismo, que no demostraba ningún tipo de pretensiones sobre lo que escribía), sus libros han sido enormemente populares entre jóvenes y adultos. Las Minas del Rey Salomón era lectura habitual entre los muchachos, especialmente en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial. Su obra marca un punto álgido dentro del campo de la ficción de aventuras, e influyó considerablemente en autores como E. R. Burroughs, Robert E. Howard, Abraham Merritt, Talbot Mundy y Philip J. Farmer, entre otros. Incluso hay algún crítico que asegura, de manera bastante persuasiva, que la Ayesha de Haggard es una de las inspiraciones tras la famosa Galadriel de Tolkien.

La novela de aventuras, surgida de plumas como la de H. Rider Haggard, nos hace sentir que el mundo no está totalmente cartografiado, que todavía quedan misterios inimaginables por descubrir, y que en cualquier momento nos podemos ver inmersos en un viaje fascinante hacia lo desconocido. Y quizá ahora más que nunca, en nuestro sedentario y cuadriculado mundo de redes sociales y Google Earth, este es un sentimiento más que bienvenido.

Jordi Morera

Granollers, 1974. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Estudios Ingleses Avanzados por la misma universidad. Mis estudios actualmente se centran en la épica renacentista y mis intereses giran alrededor del maridaje entre la novela histórica, la mitología y el género fantástico.
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