La Cena de Emaús. Francisco de Zurbarán

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Ester Prieto

Licenciada en Historia del Arte (Universidad de Salamanca) Máster en Patrimonio Artístico Andaluz y su Proyección Iberoamericana (Universidad de Sevilla) Doctoranda del Programa de Historia, Especialidad Historia del Arte (Universidad de Sevilla)

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La Cena de Emaús, 1639. Francisco de Zurbarán.

Museo Nacional de San Carlos (México)

Fuente: Wikimedia Commons

 

Escribir sobre Francisco de Zurbarán (1598-1664) es hacerlo sobre uno de los grandes artistas de la pintura hispana, uno de los pioneros, junto a José de Ribera, en introducir el claroscurismo y las tendencias realistas en la plástica barroca peninsular. Uno de los artistas más demandados en la España del Seiscientos, ya que supo interpretar y plasmar con gran maestría la religiosidad imperante en el momento, captó la esencia del ascetismo monástico y plasmó en sus lienzos a toda una serie de personajes con una gran dignidad y unas calidades textiles excepcionales.

Una vez asentado el maestro de Fuente de Cantos en Sevilla, además de trabajar para casi todas las órdenes religiosas existentes en la ciudad hispalense, tuvo encargos de la Corte, de otras órdenes en diversos puntos de Andalucía, de la nobleza, y participó activamente en el mercado artístico transatlántico, aunque todo este gran volumen de trabajo pudo ser completado gracias a su fecundo obrador.

A lo largo de la Edad Moderna, las actividades comerciales desarrolladas entre el continente europeo y el americano, constituyeron toda una serie de beneficios económicos visibles en diversos ámbitos, en los que se incluye el artístico. El arte se convirtió en el medio idóneo para apoyar la evangelización de los territorios del Nuevo Mundo y la difusión de la imagen del rey, así como para ayudar a la devoción particular, el ornato de los múltiples edificios religiosos y públicos que se erigieron durante estos años y para “imitar” las costumbres y modas de la sociedad barroca española.

Aunque se tiene constancia de que obras ejecutadas por Zurbarán y su obrador arribaron a diferentes lugares de los virreinatos americanos, generalmente series de temáticas religiosas y profanas, documentalmente no mucha información que pueda confirmarlo, sobre todo en el caso de Nueva España.

La Cena de Emaús, pintura que puede contemplarse en el Museo Nacional de San Carlos (México), fue realizada, firmada y fechada por el maestro extremeño, y aunque por el momento no se conocen datos de su llegada a suelo novohispano, formaba parte de la iglesia de San Agustín de Ciudad de México.

La obra se encontraba sobre  la entrada de la sacristía, y haciendo pareja, en el lado contrario, en la antesacristía estaba situada La Incredulidad de Santo Tomás (1643), de Sebastián López de Arteaga, pintor sevillano que se trasladó a trabajar a Nueva España .Ambos lienzos formaban una perfecta sintonía, ya que eran el ejemplo de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, a través de episodios de su resurrección y compartían el estilo naturalista.

Es considerada la mejor representación del pintor en tierras mexicanas, ya que en ella se recoge toda la esencia del artista y aparecen sus principales características, como la gradación lumínica, los contrastes claroscuristas, la concepción monumental de los personajes, el detallismo del bodegón de la mesa, así como la calidad y fuerza que poseen los ropajes de los protagonistas.

La obra recoge el pasaje evangélico de Lucas, en el que se narra el primer encuentro entre Cristo resucitado y sus discípulos. Cleofás y otro adepto no identificado, huyeron de Jerusalén con temor y tristeza al haber sido testigos de la muerte de su Maestro, y en Emaús deciden hacer un alto en el camino para pernoctar. Contaban con la compañía de un extraño al que habían conocido en su travesía, con el que conversaron sobre los acontecimientos acaecidos en la ciudad sagrada y éste les reprochó su falta de fe. En el momento en el que el forastero va a partir el pan, los discípulos descubren que es Jesús resucitado, el cual desaparece. El pan deja de ser pan para convertirse en cuerpo de Cristo.

Zurbarán capta ese preciso instante en el que Jesús, ataviado con ropas de viaje, está partiendo el pan, y sus seguidores, muestran la sorpresa en sus rostros y gestos ante el descubrimiento de su identidad. La representación de este momento es muy interesante, ya que por lo general, en otras obras pictóricas se desarrolla a Cristo bendiciendo los alimentos, como en la versión de este tema que ejecutó Caravaggio en 1606, actualmente en la Pinacoteca de Brera (Milán), o a los personajes esperando a recibir las viandas, como en el caso de la pintura que Rembrandt realizó en 1648. (Museo del Louvre, París).

Esta entrada forma parte del segundo aniversario de Studia Humanitatis. Aquí tenéis la lista de todas las entradas del monográfico:

  1. Presentación: La Historia y las Artes, por Alberto Reche
  2. El Séptimo Sello, ¿la película ante la que los historiadores pueden relajarse y gozar?, por Carlos Lixó
  3. Tabernas y naipes: violencia cotidiana en la obra de Jan Steen, por Jessica Carmona Gutiérrez
  4. La Cena de Emaús. Francisco de Zurbarán, por Ester Prieto
  5. El románico: más que simple piedra, por Cristina Párbole

Ester Prieto

Licenciada en Historia del Arte (Universidad de Salamanca) Máster en Patrimonio Artístico Andaluz y su Proyección Iberoamericana (Universidad de Sevilla) Doctoranda del Programa de Historia, Especialidad Historia del Arte (Universidad de Sevilla)
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