El lado más “romántico” del románico.

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Cristina Párbole Martín

Historiadora en la Fundación Santa María la Real. Creadora de "La Huella Románica" y difusora de todo lo que guarda este estilo artístico. En mis ratos libres investigo y defiendo los pequeños pueblos.

Acostumbrados a encontrar constantemente castigos, figuras grotescas o luchas, la presencia de escenas afables o incluso “románticas” en el románico genera admiración y no poca curiosidad. Gracias a Dios la imagen de una Edad Media llena de castillos, caballeros, princesas y dragones se va alejando de nuestro imaginario, pero es inevitable que al encontrarnos escenas como la protagonista de esta entrada nos invada una sensación de que igual si que existían romances épicos. Nuestra mente nos juega malas pasadas, pues la realidad muchas veces supera la ficción.

La escena que hoy traigo se encuentra en la iglesia de San Pedro de Villanueva, en Cangas de Onís (Asturias). Dicho templo es el único resto que se conserva de un antiguo monasterio benedictino. El edificio en origen tenía tres naves, pero en el siglo XVIII se creó un espacio con una única nave. Se conservan dos portadas de época románica, siendo la más espectacular la que se encuentra situada en la fachada sur. Entre un gran número de capiteles decorados sobresale una escena en la que se puede observar como una mujer besa en la boca a un hombre que montado a caballo porta en su brazo izquierdo un ave. El caballo está a punto de comenzar su avance y podemos suponer que lo que viene después es el llanto por la partida, ¿o quizás no?.

En el lado izquierdo del friso observamos la escena conocida como la despedida. Dicha iconografía se sitúa en la portada meridional del templo de San Pedro en Villanueva, Cangas de Onís (Asturias). Imagen: Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico.

La guerra es una de las representaciones más habituales en el románico. Suele aparecer plasmada en forma de luchas entre caballeros, combates en los que intercede una figura o enfrentamientos entre villanos; pero lo que no es tan habitual es la representación de lo que hace el caballero cuando no realiza esa función que le está encomendada. Si la misión es la guerra está claro que en tiempos de paz se debe que seguir entrenando y realizando ejercicios encaminados al mantenimiento del combatiente. Por eso una de las actividades más valoradas por los caballeros es la caza.

En el románico podemos reconocer a los cazadores porque llevan consigo un ave rapaz siendo el halcón el más común. Como bien señala Jaime Nuño “el halcón requería un adiestramiento muy especial, de ahí que el arte de la cetrería fuese muy apreciado y las rapaces apropiadas llegaran a tener altas cotizaciones, requiriendo asimismo estrictos cuidados y cuidadores muy especializados. El tantas veces citado Tapiz de Bayeux muestra a los nobles sajones y normandos yendo a la caza portando sobre el brazo halcones”. [1]

En la escena de Villanueva el caballero está preparado para iniciar un día de caza, montado en su caballo y provisto de su halcón; pero antes de partir le da un beso de despedida a su mujer. Ella aparece con el pelo cubierto mostrando su condición de casada y recibe el gesto amable de su marido. A partir de la marcha de su esposo, la mujer se encargará de cuidar el hogar y a los hijos, guardando silencio y fidelidad.

El románico vuelve a servir de muestrario de la vida cotidiana. Refleja un mundo que va más allá de la guerra y de la visión negativa de la mujer. Esta simple escena en un mar de imágenes nos trasmite el papel que el hombre y la mujer desempeñan en la sociedad medieval. E inevitablemente me viene a la cabeza una iconografía parecida que se encuentra en la iglesia de Pozancos (Palencia), mismo caballero con halcón pero diferente actitud de la mujer. El hombre la agarra por la cintura, ella lleva su mano a la cara de él, en lo que parece un intento por escapar de su abrazo.

Capitel de una de las ventanas del ábside de la iglesia de El Salvador en Pozancos (Palencia).

En mi opinión una imagen menos idílica, que rompe con cierto encantamiento y nos vuelve a demostrar que nunca podemos generalizar. Podemos pintar el amor con romanticismo pero siendo conscientes que el concepto que hoy nosotros tenemos de él mismo es muy diferente al que experimentaron aquellos que llenaron los templos románicos. No nos dejemos llevar por nuestras creencias, intentando que la piedra que hace siglos se talló refleje nuestros sentimientos.


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Cristina Párbole Martín

Historiadora en la Fundación Santa María la Real. Creadora de "La Huella Románica" y difusora de todo lo que guarda este estilo artístico. En mis ratos libres investigo y defiendo los pequeños pueblos.
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